Capitán Smith
-Señoras, señores. Gran público expectante.
Allende los mares ante vuestros atónitos ojos, la más grande proeza realizada por el héroe más pequeño. Sólo por unas monedas tendrán la gran oportunidad de admirar en su bien amado pueblo un desafío a las leyes de la gravedad y de la propia naturaleza.
Una mugrienta carpa acogía no más de diez personas arremolinadas en torno a una pequeña mesa cubierta por un raído tapete tiempo atrás multicolor.
A la luz de un par de quinques que proyectaban mas sombras que luz, el maestro de ceremonias se retiró el gastado sombrero de copa,
se atuso el bigote y levanto con sus arrugadas manos un exótico cofre.
El irregular cofre no se abrió,
pero por uno de sus cinco orificios apareció una pequeña garra,
otra garra, una cabeza y finalmente se deslizó hacía afuera el resto del cuerpo.
Increíble, una tortuga había abandonado su caparazón.
El pequeño cuerpo, vestido con un atuendo que recordaba al de un forzudo de feria y un penoso mostacho postizo hizo aparición.
Se dobló sobre sí mismo y en un movimiento comparable a un espasmo,
se elevó sobre la superficie donde estaba y agarrándose las patas giró sobre sí mismo hacia atrás cayendo en pose erguida y saludando al público.
Hubo apausos, alguna risa, incluso algunos Oh, de admiración.
-SEÑORAS Y SEÑORES, el increíble y temerario Capitán Smith.
La tortuga se giró y en un más inverosímil
ejercicio de contorsionismo y volvió a introducirse en su concha.
Desde fuera se oían ecos de incredulidad y comentarios de sorpresa, pero dentro, en el interior del caparazón, la tortuga, el Capitán Smith volvió a llorar.
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