El Tiovivo de las Ilusiones
Ha llegado otra vez la Carpa de las Maravillas al pueblo, como todos años por estas mismas fechas.
Es la noche del sábado y hay que aprovechar, mañana a primera hora ya habrán recogido y estará camino a su siguiente destino.
Nervioso como el niño que quiero volver a ser, con el traje de ir a misa, me uno a la romería que busca abandonar por una noche el tedio de su monotona vida.
Y ahí está, el Tiovivo de las Ilusiones, comienzan los sueños.
Primero sientes la música que surca el aire como salida de un carillón gigante. Una sonrisa se instala en tu cara y un velo de emoción empaña tus ojos.
A través de este filtro de ensoñación los brillos de luces del tiovivo se vuelven destellos para iluminar la decoración multicolor de una vieja carpa que da cobijo a carruajes variopintos, animales fantásticos y artilugios varios que harán volar tu imaginación.
Me acerco a la taquilla y una mano enguantada recoge mí moneda mientras una sonrisa envuelta en penumbra me desea que me divierta y disfrute de la atracción.
Me agarro a la barra de metal rizado y subo el escalón hacia el viaje con destino mi punto de partida.
Ahi está, Centella, el caballo blanco de madera más grande e impresionante que recuerdo de niño.
Puse un pié en el estribo y con un pequeño salto ya estaba en su grupa.
Desde lo alto de Centella el mundo era mucho más pequeño.
El tiovivo comenzó a girar.
-No eres muy mayor para esto?
Allí estaba Ella, de su mano subí por primera vez al tiovivo.
-Te echo una carrera.
Ella echó a correr en su corcel negro y tras de ella subido en Centella comenzamos a surcar el verde prado de mí niñez hasta el gran sauce que crecía orilla del río con su impresionante sombra.
Con los caballos paciendo, sentados bajo aquel sauce, apoyé de nuevo mí cabeza sobre su pecho y la abracé sabiendo que aquello no duraría.
Con lagrimas de alegría por sentirla de nuevo sobre mi rostro de desesperación por volverla a perder, vi como se desvanecía y el paisaje de alrededor giraba vertiginosamente para poco a poco volver a detenerse y dar paso a las luces, colores y banderines del viejo tiovivo.
Vi a la aburrida bibliotecaria del pueblo bajar del globo aerostático en el que solo ella sabe a qué país lejano habrá visitado.
Al panadero que nunca sale de su tahona bajar del camión de bomberos donde habrá salvado a algún gatito de un incendio saboreando todavía el humo en su boca llena de hollín.
Mientras yo echaba de menos otro paseo a caballo como cuando galopaba con mi madre antes de que me dejase para siempre.
Bajé del tiovivo con ilusión renovada a la espera de que el año que viene, por estas mismas fechas, la carpa de las maravillas volviese a traer el tiovivo otra vez.